EL SOLISTA
Al solista se le reserva el interior de una estructura, un espacio en altura. Se mueve a través de un pentagrama. Habiéndole sido otorgado el don de la improvisación, es un artista privilegiado que puede decidir dónde trabajar y hacer sonar su música. A modo de parásito, se aferra al músico de la orquesta al que quiera acompañar. Un altavoz con forma de embudo atraviesa el techo de cada habitación para transmitir el sonido al exterior. Él, inmerso en su cápsula anecoica, se escucha sólo a sí mismo. Quienes quieran escucharlo tendrán que acudir a las proximidades del embudo y saber discernir su prodigiosa melodía de la monótona sinfonía de la orquesta y del sonido de las máquinas que mueven el arte. Uno puede imaginar [la plataforma] llenándose a través de los altavoces de una cacofonía de composiciones diferentes.
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